viernes, 2 de diciembre de 2011

BERLÍN

Hace algo más de dos años que no vuelvo a Berlín, y la echo mucho de menos. Me siento incapaz de describirla a rasgos generales, quizá porque considere que es una ciudad que en una única visita no puede ser conocida ni comprendida plenamente. Berlín no solo es digna de visitar y de habitar en cuanto espacio privilegiado de la historia (como si fuese una especie de gigantesco monstruo de Frankenstein tendido sobre el Spree, cosido a diestro y siniestro por cicatrices del pasado), sino en cuanto espacio en construcción. Es una ciudad en continuo movimiento que, al mismo tiempo, ofrece lugares pacíficos y sosegados, que invitan a saborear la vida despacio, disfrutando de los pequeños placeres. Puede resultar presuntuoso, pero Berlín me ofreció una nueva forma de ver el mundo: esta vastísima ciudad me ofreció una relación más natural y original con las cosas, con el entorno, con los elementos que componen la ciudad; parece una ciudad concebida como un enorme tablero de juego, con innumerables piezas de colores dispuestas a ser utilizadas de forma común. ¿Por qué no decir que Berlín, o al menos el Berlín que creí ver entonces (cuando aun no había crisis), era una especie de utopía?



Tres iconos de la R.D.A.: Der Sandmann, el morreo de Honecker y Brezhnev en el muro (Kreuzberg) y el Marx-Engels Forum

No me moví por muchos lugares. No vi el museo judío. No subí a la cúpula del Reichstag. Ni siquiera visité el Altes Museum, ni tampoco el Pergamon Museum. Pero en cambio, hay ciertos espacios que no puedo olvidar: las aceras vistosas de Prenzlauerberg, repletas de terrazas y de bicicletas Diamant; los estudios Babelsberg convertidos en parque infantil, en honor al muñequito de la tele de la RDA Der Sandmann; el abarrotado, caótico, sorprendente y polvoriento (en verano) rastro del Mauerpark (el parque del muro), con el estadio Friedrich-Ludwig-Jahn Sportspark de fondo, en el que las atletas de la RDA batían sus récords; la imponente arquitectura del estadio olímpico (algo nazi por otro lado, pero imponente al fin y al cabo); la acogedora y recogida casita de Bertolt Brecht, junto al cementerio en el que está enterrado; el complejo artístico-turístico okupa de Tacheles; la Kaiser Wilhelm Gedächtniskirche, contrastando con el edificio Mercedes; la ya un poco anticuada Kurfürstemdam Strasse, centro del antiguo y putero Berlín occiental... La ciudad ofrece mil y un rincones de este tipo: espacios no especialmente bellos pero sí sorprendentes, vivos. La ciudad no es un museo al aire libre: es un espacio vivo, un hormiguero a cámara lenta. La ciudad crece aun así en un espacio cargado de sombras. Se podría decir que su lúdica superficie se erige sobre abismos y montañas de ceniza. 

Me pongo nostálgico, de un tiempo mejor para todos, para mí en particular. De un mundo que creí entonces mejor de lo que quizá sea. Veamos a grandes trazos (y sin ningún ánimo de rigurosidad) Berlín en el cine, Berlín en el ciclismo, Berlín en los libros.

Berlín en el cine. Me vienen dos películas. Christiane F. Wir kindern aus Bahnhof Zoo (titulada en español Yo, Cristina F.), y Der Himmel über Berlin (el cielo sobre Berlín), dos películas ochenteras, de cuando Berlín (el sórdido Berlín occidental, lleno de drogatas, okupas y artistas bohemios) parecía el centro del mundo cultural. La primera, al ritmo de Bowie, con las andanzas de amantes adolescentes y heroinómanos, no deja de ser una película un tanto predecible, pero es sin duda una de las películas emblemáticas del cine de drogas y del Berlín ochentero en el cine.

 

La otra vale la pena por los poemas de Handke incrustados en el guión como auténticas perlas, por algunos monólogos interiores de los personajes, por las maravillosas imágenes de la Biblioteca Estatal y de los descampados de Postdammerplatz. Y por ver también a Nick Cave. Por lo demás, tiene momentos coñazo: es de Wim Wenders.

 

También podemos retrotraernos a un Berlín pre-nazi con Berlin: Die Symphonie der Grossstadt  (Berlín, sinfonía de una gran ciudad) o M (no sé por qué ubicada en Düsseldorf en la traducción española, cuando la acción se situa claramente en Berlín). Pero también podemos fijarnos en la más actual Das Leben der Anderen (La vida de los otros), drama ambientado en el Estado policial de la RDA. De la película destaca con luz propia la contenida y magistral interpretación de Ulrich Mühe, actor que no fue conocido internacionalmente hasta la caída del muro al trabajar en el cine y teatro de la RDA. Precisamente Mühe fue  investigado por la Stasi, con lo cual lo narrado en el filme no le debía de ser muy ajeno. A pesar de todo, también en aquellos congelados ochenta había un estrecho espacio para el humor:


Berlín en el ciclismo. Sí, Berlín también tiene un nombre en el ciclismo, asociado con la extinta Friedensfahrt, más conocida como Course de la Paix (la carrera de la paz). Ésta fue la carrera por etapas ciclista más importante del calendario amateur, junto con el Tour de l'Avenir, en un periodo en el que los ciclistas del telón de acero tan sólo disputaban este tipo de carreras. Con lo cual, la Friedensfahrt era una especie de Tour de Francia del bloque comunista, que comenzó disputándose en 1948, y que hasta 1995 se corrió por equipos nacionales. La llegada en la Karl Marx Allee era lo que hoy sería en el Tour la llegada en los Champs Élysées. La carrera solía unir las ciudades de Varsovia, Praga y Berlín, con lo cual, salvo breves incursiones en los Tatra y en los Sudetes, la montaña debía escasear bastante. En el siguiente vídeo podemos ver la celebración (palomas de la paz incluidas) en la edición de 1985, ganada por Lech Piasecki (impagable su mostachín). El polaco se convirtió el año siguiente en uno de los primeros ciclistas de país comunista en correr en un equipo "occidental", en concreto en  el Del Tongo de Giuseppe Saronni.



Algunas de las estrellas del ciclismo amateur destacaron en las rutas que unían las diferentes capitales comunistas: grandísimos corredores como los alemanes orientales Gustav Adolf Täve Schur, Uwe Raab, Olaf Ludwig o Uwe Ampler, el polaco Ryszard Szurkowsky o Lech Piasecki, o el soviético Sergei Sukhoruchenkov. Otros, como el potente y talentoso Wolfgang Lötzsch (el mejor corredor alemán de su generación) no pudieron jamás disputarla por desavenencias con el régimen comunista, como se muestra en el documental Sportsfreund Lötzsch. Lötzch no contó con buenos entrenadores, ni con becas para poder correr, incluso llegó a ser arrestado. Pero cuando las circunstancias se lo permitían, demostraba su calidad, como en la Rund um Berlin del 1974 y de 1983 (una especie de Ronde van Vlaanderen amateur). Quién sabe hasta dónde hubiese llegado Lötzsch de competir en igualdad de condiciones con otros protegidos por el régimen. Quién sabe hasta dónde hubiese podido llegar de competir con los ciclistas "occidentales" de la época.



 
Berlín en los libros. De la cantidad de libros que hablan sobre Berlín, me gustaría nombrar uno de reciente lectura: Hitler y el poder de la estética, de Frederic Spotts, editado por Visor. En el libro se ofrece una exhaustiva panorámica del control nazi de las artes, desde las artes plásticas a la arquitectura, mostrando de qué manera el particular gusto artístico del propio Führer (un gusto anticuado y kitsch en la mayoría de los casos, excepto quizá en menor grado en la arquitectura) condicionó la práctica artística, sirviendo de criterio para aceptar o rechazar cualquier obra artística, y honrar o condenar a cualquier artista. El libro habla entre otras cosas del proyecto de Hitler de hacer de Berlín la capital del Reich de los mil años, una vez conseguida la paz. Berlín sería rebautizada como Germania, una especie de fusión de la Atenas y la Roma clásicas. A Hitler parecía no gustarle mucho la ciudad: tenía un pasado cabaretero demasiado escandaloso. Hitler prefería la medieval Nüremberg, y también München, donde le vino el ramalazo bélico en 1914. Pues bien, Hitler tenía en mente arrasar unos cuantos barrios para realizar la avenida más larga del mundo, la estación de ferrocarril más grande del mundo, el arco de triunfo más grande del mundo y la cúpula más grande del mundo: un proyecto que dejaba el de Haussmann y el de Rita para el Cabanyal en dos pequeños juegos de críos. Cómo conseguir tales demoliciones sin causar malestar en los berlineses era el quebradero de cabeza de Hitler. Era una de las cosas en las que pensaba mientras sus tropas se helaban en Stalingrado, pero no precisamente por empatía o por preocupación por su pueblo (le obsesionaba mucho más la construcción de teatros de la ópera a diestro y siniestro, y  su proyecto megalómano para Linz). De hecho, cuando los británicos bombardearon Hamburgo, Colonia y Dresde, Hitler declaró entre colegas que no le vendría mal un bombardeo de esos para Berlín, y así lograr agilizar los derribos culpabilizando al enemigo. Como decía Pasolini, se trataba de "una panda de asesinos en el poder".  Asesinos con su importante dosis de ridículo, como bien muestra Daniel Levy en su sátira Mein Führer.

 

En definitiva, Berlín es una ciudad de luces sobre las sombras: el skyline de Postdammerplatz se eleva sobre la anterior zona de la muerte soviética, y sobre las ruinas de la antigua cancillería de Hitler (con búnker incluido). Pero por otro lado, las abejas, las bicicletas y el olor a curry hacen de esta una ciudad un lugar en el que sentirse un poco niño de nuevo.

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