lunes, 16 de enero de 2012

TÍTULOS DE CRÉDITO

Los títulos de crédito son a veces pequeñas obras maestras, resúmenes intensos de lo que nos espera con el desarrollo total de la película. A veces, como en algún caso que veremos a continuación, llegan incluso a superar a la propia película en cuanto a calidad y mala uva. Otras veces se convierten en un contrapunto ideal de la historia que se narra. Muchas veces se asocian al cine-espectáculo, pues los autores prefieren títulos sobrios, sin chorraditas. Hay de todo: los más simpáticos prefieren usar siempre el mismo tipo de letras, y el mismo tipo de fondos (por ejemplo, Pasolini, o Kubrick, o Tarantino, emplearon siempre la misma tipografia). Los más sosos, en cambio, no muestran especial predilección por esos cinco minutitos necesarios en toda película, que sin duda son más digeribles para el espectador cuando son más artísticos e interesantes. Aunque también cabe decir que desde el cine-espectáculo se suelen repetir fórmulas de éxito: si algo engancha, ¿para qué cambiarlo? Siempre así esos americanos, con sus fórmulas de la Coca-cola...

Pero empecemos por los clásicos: los míticos títulos de crédito diseñados por Saul Bass para Vertigo, de Alfred Hitchcock. No sé donde leí que Iván Zulueta, después de ver los títulos de crédito de Vertigo en el cine, se arrancó a aplaudir (quizá me lo haya inventado, o lo he soñado; haría falta quizá la notita esa que aparece a veces en la Wikipedia, cita requerida). 


Este es uno de los casos en los que los títulos de crédito iniciales avisan de lo que va a pasar, pero no citando de forma evidente la trama de la película, sino empleando metáforas visuales. Qué pillo era el regordete inglés... La película da vueltas en torno a la construcción y recreación obsesiva de la imagen femenina en la mente masculina. De hecho, el pobre James Stewart, con su tembloroso y apocado doblaje español, va dando tumbos por San Francisco buscando, con la enfermiza timidez de un acosador novato, a una gélida y un tanto postiza Kim Novak.  Los títulos de crédito ya nos sumergen en esta historia de obsesiones y sueños de viejo verde. De hecho, comienzan con un primerísimo plano femenino diseccionado, de un color verdoso, casi pútrido, que el morboso y misógino de Hitchcock no creo que escogiese al azar. Y a continuación viene la sucesión hipnótica de espirales, túneles en los que la mirada masculina del protagonista acabará perdiéndose.

La década de los sesenta fue prolífica en títulos de crédito juguetones, un tanto infantiloides a veces, pero bastante frescos en comparación con el acartonamiento hollywoodiense de los años cuarenta. Un ejemplo de jueguecito de formas geométricas y espirales se da también en los títulos de crédito de Charada, en este caso sin el tono siniestro, y poderosamente hipnótico, de los de Vertigo. 


Las musiquitas eran también atractivas (de Herrmann y Mancini respectivamente), todo hay que decirlo, y en parte nada de esto era nuevo: se inspiraban, ahora quizá con algo más de alegría y color, en algunos cortos de artistas de vanguardia. Incluyendo algo de animación están estos de El baile de los vampiros, la sátira sobre las películas de la Hammer realizada por Roman Polanski. En este caso, la música es de Christopher Komeda. 


En España, el pop más pop de todos los pop fue Iván Zulueta. Como admirador del cine clásico, de Hitchcock, del color saturado, y durante su retiro, del cine de Lynch, Zulueta no podía ser de los que dejasen pasar la oportunidad de impactar ya desde el minuto cero. Él mismo, como excelente artista gráfico que era, fue el artífice de estos lisérgicos y elegantísimos títulos de crédito, de su musical Un, dos, tres...al escondite inglés. Una película ligera, a veces un poco surrealista, que fue un auténtico soplo de aire fresco en el tardofranquismo yeyé.



Entre los títulos de crédito animados, me han venido a la mente también los creados por Terry Gilliam para La vida de Brian, la brillante contribución de los Monty Python a la historia sagrada. Con una cancioncita que parece imitar irónicamente las entradas de las películas del agente 007, vemos un auténtico desfile de arte clásico, deslabazado y convertido en amputaciones y ruinas de quita y pon, entre las que un pobre infeliz (Brian?) cae, tropieza, y finalmente asciende a las alturas. Una bonita y muy sacrílega metáfora del Calvario.


De las películas más actuales, podríamos destacar aquellas que se sirven de material fotográfico. Los títulos finales del díptico americano de Lars von Trier, Dogville y Manderlay (¿no iba a ser una trilogía, como siempre?), son toda una obra maestra de ironía sin escrúpulos: von Trier muestra la historia de América desde su reverso, acompañada en ambos casos por la canción Young american de David Bowie.  En este caso, los títulos finales contrastan abiertamente con las películas, les dan más aire: después de haber presenciado casi dos horas de teatro filmado, con más virtudes que defectos todo sea dicho, no viene nada mal un poco de exteriores, y un poco de realidad. Y más si es cruda. 


Y por último, volvemos a España. Si los títulos finales de las pelis de von Trier antes nombradas alcanzan en calidad al desarrollo de la historia (convirtiéndose en un complemento perfecto), en el caso de la película que vamos a citar para concluir, los títulos de crédito son sin duda lo mejor de la película. No sé quién los ha diseñado, y me gustaría saberlo: son magníficos. La película, Balada triste de trompeta, que sí que sabemos de quien es (de Álex de la Iglesia) no me gustó demasiado, por no decir nada. Pero los títulos de crédito...¡Qué titulazos! ¡Valió la pena el dinero invertido sólo por verlos! Son un repaso bastante truculento a la historia de España: desde el paroxismo cofrade a la falsa felicidad tardofranquista, pasando por el Franco africanista, el Franco fascista y el Franco ultracatólico. Sin olvidar la conquista americana, a Boris Karloff, a Tip y Coll, a los Payasos de la tele y La cabina. Una auténtica maravilla, impactante y sobrecogedora.






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